«El mayor peligro hoy para el cristianismo no es ser minoritario, sino ser insignificante»
José Ignacio Munilla | Obispo de San Sebastián
El prelado donostiarra reflexiona hoy en Logroño sobre «el papel de los creyentes en una sociedad poscristiana»
8 de octubre de 2019 / Pío García (Publicado en La Rioja)José Ignacio Munilla (San Sebastián, 1961) es un obispo del que se conocen bien su cara y su voz. No es algo tan habitual. Otros prelados prefieren pasar más desapercibidos; pero Munilla ocupa una diócesis joven y complicada, no rehúye el combate dialéctico y a veces sus palabras levantan ruidosas polémicas. En Logroño comparece hoy (Centro Cultural de Ibercaja, 19.30 horas), invitado por la asociación La Bitácora XXI, para hablar de fe, de razón, de sociedad laica, de Dios. Como aperitivo, y mediante correo electrónico, responde a un cuestionario de Diario LA RIOJA.
- ¿Cuál debería ser la actitud del creyente en una sociedad laica? ¿Beligerante o conformista?
- En la carta de San Pablo a los Romanos leemos: «Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente» (Rom 12, 2). Lo cual no supone que haya que estar peleándose con todo el mundo. Lo que sí me atrevo a afirmar es que el mayor peligro del cristianismo en el momento presente no radica en ser minoritario, sino en ser insignificante. El conformismo lleva inevitablemente a la insignificancia y a la irrelevancia. Decía Chesterton que solamente el que está vivo es capaz de remar contra corriente.
«El enemigo de la fe no es la razón, sino la superstición. Baste señalar la actual plaga de todo tipo de adicciones»- ¿Es posible establecer un diálogo entre la fe y la razón o hablan idiomas diferentes?
- La inolvidable encíclica de San Juan Pablo II 'Fides et Ratio' (1998) utiliza la imagen de un ave que vuela acompasadamente con dos alas: la fe y la razón. La experiencia nos dice que la crisis de fe ha ido de la mano de la crisis de la razón. Por ejemplo, los mismos planes educativos que intentan descarrilar a la religión en el sistema de enseñanza, son los que han relegado a la filosofía. Alguien dijo que el enemigo de la fe no es la razón, sino la 'superstición'. Baste señalar la invasión en nuestros días de todo tipo de juegos de azar, o la plaga de todo tipo de adicciones.
-Le traslado una pregunta inspirada en las últimas obras de Stephen Hawking: Si el universo es explicable sin Dios, ¿por qué seguir creyendo?
- Es un hecho que la mayoría de los grandes científicos han sido creyentes, lo cual tampoco demuestra por sí mismo la existencia de Dios. La pregunta por Dios no implica específicamente a los científicos, sino a todos los seres humanos. No es una cuestión teorética, sino existencial. En cualquier caso, ahora que no está ya entre nosotros, apuesto a que Stephen Hawking tendrá una perspectiva muy diferente...
- En ocasiones, usted ha dicho que resulta más cómodo no plantearse la existencia de Dios. ¿Pero no sucede más bien al revés? ¿No resulta más cómoda, más tranquilizadora, la fe que la duda?
- Reconocer la existencia de Dios llama a la propia conversión. Si Dios existe, obviamente, todo se funda en Él; y su mensaje nos interpela al olvido de nosotros mismos y a la entrega de nuestra vida por amor a Dios y al prójimo. ¡No parece que esta sea una postura cómoda! Buscar el sentido de la vida no es sinónimo de tomar una pastilla tranquilizante; al igual que negar a Dios tampoco es sinónimo de valentía. La pregunta por el sentido de la vida requiere de mucha honestidad, para que no nos engañemos a nosotros mismos.
-La palabra 'aggiornamento' (puesta al día) se hizo célebre durante las sesiones del Concilio Vaticano II. ¿Se quedó a medias ese 'aggiornamento'?
- Por desgracia, la palabra 'aggiornamento' fue mal comprendida en muchos ámbitos. En la práctica se tradujo en una mundanización del cristianismo; en vez de en una cristianización del mundo. De lo que se trata es de tener frescura para comunicar a nuestro mundo un mensaje eterno. Por ello, obviamente, el 'aggiornamento' no ha terminado...
- Sobre todo a raíz de los casos de pederastia y de la no siempre recta actitud de la jerarquía, la Iglesia parece sufrir lo que los especialistas en publicidad llamarían una 'crisis de reputación'. ¿Cree que el problema ya se ha resuelto o deberían tomarse más medidas?
-Se trata de un problema de toda la sociedad, que sigue requiriendo un profundo análisis. En datos de octubre del año pasado, de los 45.155 españoles con antecedentes penales por delitos sexuales, 33 eran clérigos. La participación de miembros de la Iglesia en ese tipo de delitos ha supuesto para nosotros una gran catarsis. Pienso que también debería suponerlo para el resto de la sociedad.
- Los obispos suelen renegar cuando se les califica de 'conservadores' o 'progresistas', pero eso no quiere decir que no haya diferencias importantes entre ellos, e incluso entre los Papas. El mensaje y las actitudes de Francisco no son los de Juan Pablo II. ¿Le cuesta a la Iglesia reconocer la pluralidad que existe en su interior?
- Hay razones de fondo para renegar de esas etiquetas simplistas. Las categorías que debieran importarnos no son la de progresista-conservador, sino la de verdadero-falso, bueno-malo, prudente-imprudente... Con su habitual ironía, Chesterton sentenció: «El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y progresistas. La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan». Y sí, la pluralidad en los estilos existe, y es buena; pero no me cabe la menor duda de que el Papa Francisco y Juan Pablo II suscribirían la siguiente expresión de Benedicto XVI: «El auténtico antídoto del conservadurismo no es el progresismo sino la extroversión misionera».
-A usted, por ejemplo, le suelen tildar de conservador. ¿Le incomoda esa etiqueta?
- La vida le enseña a un obispo a no dejarse incomodar por las etiquetas y los clichés que se le adjudican. Tengo muy claro que cuando me presente delante de Dios, no me preguntará si fui progresista o conservador, sino si cuidé del rebaño que se me encomendó, si defendí la fe de los sencillos ante las herejías del momento, si proclamé la Buena Nueva a un mundo necesitado de sentido, si opté de forma preferente por los pobres y desheredados de la Tierra, si denuncié las injusticias ante las que el mundo calla, si fui un hombre de oración, si mantuve el impulso misionero, si di ejemplo del Evangelio con una vida santa... ¡Lo demás son fuegos artificiales!